Leo Messi fue homenajeado anoche por el
Camp Nou con una ovación cerrada en el inicio del partido acompañada por una pancarta gigante que se desplegó en el lateral en la que el club le agradecía sus 500 goles puestos al servicio del
Barça y, de paso, su inestimable contribución al éxito barcelonista en el
clásico del
Bernabéu.
Messi se encontró muy cómodo en el campo ante
Osasuna. Arropado por los suyos, los que no necesitan que les enseñe la camiseta para valorar su inmensa categoría, y por unos compañeros que supieron buscarle y encontrarle.
Messi anotó dos goles, dos goles de los suyos, y amplía sus diferencias sobre los demás en el
Pichichi y la
Bota de Oro, firmó otra memorable actuación de las suyas y acabó siendo sustituido por
Luis Enrique para que recibiera la ovación que merece de los suyos.
Y
Messi devolvió los aplausos a su gente, y en su casa. Porque el
Camp Nou es su casa. Aquí nadie duda de él porque aquí le conocen bien, mucho mejor que en
Madrid o en
Argentina. Es normal, después de doce años viéndole jugar y disfrutarle cada semana, los aficionados del
Barça han aprendido a quererle. Y él lo sabe.