Ni ante una semifinal de Champions League es capaz Jose Mourinho de olvidarse del Barcelona y de centrarse en el club que le paga. Da la sensación de que su presencia en el banquillo blanco está justificada únicamente por su obsesión enfermiza de color blaugrana. Hasta tres veces se refirió ayer al Barcelona en una rueda de prensa que se supone debía tratar sobre el Real Madrid y el partido que debe disputar hoy. ¿Será que está más preocupado por descubrir penaltis y confabulaciones judeomasónicas en Stamford Bridge que por vencer al Bayern Munich? ¿Será que le interesa más ver perder al Barça que ver ganar al Madrid? Si no es así, lo parece. Da la sensación de que pesa más en él el color blaugrana que el blanco. De hecho, hablar del Barcelona en Munich no es más que una muestra del complejo de inferioridad que persigue al Madrid desde que Mourinho es su entrenador (10 partidos, una sola victoria).
"No podemos perder nada porque la única cosa que podemos perder esta temporada es la Copa del Rey, que era nuestra y que no será nuestra esta temporada. En relación a la Copa, mejor olvidar el modo en cómo fuimos eliminados. La Liga y la Champions no son nuestras, y lo que no es nuestro no lo podemos perder, solo ganar". Dijo refiriéndose a lo que él entendió como un atraco arbitral el pasado año cuando quedó eliminado de la Champions League. De cualquier forma, su criterio hace tiempo que ha perdido credibilidad. Ya es sabido que, tratándose de Mourinho, una derrota nunca es justificable por su planteamiento táctico o simplemente porque el rival es superior. Cuando pierden sus equipos, siempre es por culpa del árbitro. Lo que nunca recuerda es cómo ganó las dos únicas Champions League que figuran en su palmarés. No lo recuerda porque son dos torneos manchados por la vergüenza de parciales actuaciones arbitrales a su favor.
También se refirió en Munich a unas declaraciones de Guardiola en Valencia calificando el penalti que le dio la victoria al Barça de "así, así". También allí, a 24 horas de un partido europeo trascendental, Mourinho tuvo tiempo para copar su discurso con el Barça: "Sabemos que alguna vez un árbitro puede fallar y alguna vez hay un penalti así, así, que decide tres puntos". Lo que no dice Mourinho es que a Guardiola no se le ocurrió montar un escándalo en Valencia por los dos penaltis no pitados en el área rival y por el error arbitral que dejó en el campo a Botelho cuando debió ser expulsado al principio de la segunda parte. Tampoco dice Mourinho, el campeón indiscutible de los penaltis, que "con 11 penaltis a favor así, así, se puede decidir y de hecho se decide una Liga". Eso no lo dice porque no le interesa. La mierda hay que echarla sobre los demás, nunca sobre uno mismo, aunque su discurso sea perfectamente aplicable a su equipo en lo que se está viendo en los terrenos de juego durante toda la liga. De todas formas, seguro que Mourinho piensa que todos los penaltis que le han pitado al Madrid han existido, incluidos los que se han producido fuera del área, que de todo hay en la viña del señor. Penaltis "así, así" hay en todas partes, incluido su Real Madrid.
Es Mourinho en estado puro. El mismo que es capaz de decir, sin temor a que le crezca la nariz por hipócrita, que "yo no he cambiado nada en el club ni en el organigrama". Es así de cínico y falso. El organigrama lo ha montado a su manera, empezando por despachar al que estaba arriba, Jorge Valdano. Y respecto a los cambios, no se recuerda en la historia del Madrid un mindundi acaparando el protagonismo en las ruedas de prensa mientras que el que cobra para realizarlas se escaquea de manera vergonzosa. Aunque da la sensación de que eso le preocupa poco porque está de paso. Su verdadero sueño, entrenar en el Camp Nou, es ya una misión imposible porque él mismo se ha cerrado las puertas con un comportamiento inadmisible en un club del señorío del Barcelona. Y ante esta realidad, sólo le queda la rabieta.
Y rabiará mucho de aquí al sábado a las once de la noche. Tanto si gana como si pierde. Él es así. Es el del "ayer ahora y siempre con el Barça en el corazón". Es el del dedo en el ojo. Es el que llama a un árbitro "sinvergüenza" en un parking. Es el del corte de mangas. El que le pone los dedos en la cara a un jugador rival. El que está peleado con medio mundo. El mesías adorado del madridismo más radical. Debió ser la ducha que se dio bajo los aspersores. No le sentó bien.
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