"El árbitro no existe en nuestro trabajo". Con esta frase resumió Pep Guardiola su estado de ánimo tras un partido en el que el árbitro, y sólo el árbitro, impidió al Barcelona alzarse con la victoria. Pep acudió raudo al término del encuentro a felicitar al entrenador rival. Y luego, en rueda de prensa, no utilizó la figura del árbitro para justificar la derrota del Barcelona, aunque argumentos no le faltaran para llenar cinco folios con sus decisiones equivocadas en contra de su equipo. No es falsa modestia. Es así. Es un modelo de vida que responde a unos valores que nada tienen que ver con el odio, la provocación y la violencia física y verbal.
Esas cosas no son para Guardiola. Eso queda para Jose Mourinho, el hombre que afronta las derrotas metiendo el dedo en el ojo al contrario, lanzando a sus jugadores hacia la tangana y la pelea barriobajera, esperando expulsiones que justifiquen su ineficacia táctica, lanzando improperios contra el árbitro o contra el primero que pase por ahí, porque él nunca tiene la culpa de las derrotas. Mourinho perdió en el campo del Levante. La culpa la tuvo el árbitro, la violencia de los rivales y su jugador Khedira. Mourinho empató en Santander. La culpa la tuvo el chico del carrito de los lesionados por perder tiempo. Mourinho quedó apeado por el Barça de la Champions y la culpa la tuvo...¡el árbitro del Chelsea-Barça de dos años atrás! Aquí, es evidente, estamos ante un problema de obsesión enfermiza y malsana de alquien que no ha superado algún trauma del pasado.
Ayer, claro, el árbitro del derby le pareció magnífico a Mourinho. Cuando a él le expulsan a un jugador o le pitan un penalty pone el grito en el cielo independientemente de si las decisiones arbitrales han sido justas o no, porque para él sólo vale la estadística. La estadística ayer habla de un partido once contra once y otro partido cuando el árbitro expulsa al portero del Atlético de Madrid. Y un tercer partido cuando el árbitro señaló el segundo penalty contra el Atlético y le expulsó a un segundo jugador. Con razón Manzano dijo al final del partido: "en este campo siempre pasa alguna cosa".
Afortunadamente, el Barça tiene el entrenador que merece, un entrenador que sabe guiar a sus jugadores hacia los títulos con un juego que causa la admiración en el mundo entero, un entrenador que cuando cae en la derrota sabe ser un caballero, no pierde la compostura y felicita al rival. Eso es deportividad y fair play. Lo otro es zafio, barriobajero y despreciable.
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