El lado oscuro de Laporta. Capítulo I
Joan Laporta inicia su segundo mandato al frente del FC Barcelona. Es el momento de echar la vista atrás para recordar cómo manejó la presidencia de 2003 a 2010. Repasando su comportamiento en el pasado podremos entender sus decisiones en el presente y el futuro. Pedro Riaño ha elaborado una crónica de los siete primeros años del laportismo en los que no es oro todo lo que reluce.
Joan Laporta i Estruch, abogado de profesión y socio de un discreto bufete –Laporta&Arbós-, nacido en Barcelona en 1962, casado, separado y con tres hijos, se convirtió en 2003 en el presidente más votado de la historia del FC Barcelona… hasta que llegó Bartomeu. Durante años fue la cabeza visible del Elefant Blau, grupo opositor encargado de crispar el ambiente del entorno blaugrana erosionando y desestabilizando a los anteriores presidentes con el fin de preparar la llegada de un nuevo orden. Presentó una moción de censura, y la perdió, contra Josep Lluís Núñez, ante quién se estrelló en todos sus intentos por apartarle del poder utilizando la vía democrática.
Se considera heredero de la generación de su padre espiritual, Armand Carabén. Los Montal, Granados, Vilaseca, Carrasco, Huguet, Borràs… Todos ellos, con una adscripción política nacionalista muy definida, vieron en Laporta a su joven brazo armado vengador en la lucha contra Núñez y el nuñismo. Nunca le perdonaron al constructor su espectacular irrupción en el club ni soportaron verle encadenar mandatos sin apenas oposición. Había que hacer algo y Laporta se encargaría de ejecutar la estrategia.
La militancia de Laporta en la resistencia antinuñista se remonta a 1997, cuando apoyó sin éxito a Ángel Fernández en su aventura electoral contra Núñez. La intentona acabó en fracaso, pero le sirvió para posicionarse convenientemente en la galaxia blaugrana. Poco después fundaría el Elefant Blau con la ayuda de Sebastià Roca.
Desde allí fiscalizó la inversión en fichajes, cuestionó la descapitalización de la entidad y sembró la duda sobre una supuesta conversión del club en sociedad anónima deportiva. Se realizaron auditorías externas y se discutieron y cuestionaron los números oficiales de la entidad con afirmaciones que aseguraban, de acuerdo a su contabilidad paralela, la existencia de una deuda que alcanzaba los 14.000 millones de pesetas. El Elefant Blau anunció y promovió una moción de censura apenas tres meses después de que Laporta perdiera las elecciones asociado al candidato Ángel Fernández en una clara demostración de su desprecio por la voluntad mayoritaria de la masa social blaugrana. Laporta perdió la moción ampliamente, pero su protagonismo en el entorno opositor ganó enteros, que de eso se trataba.
Si no aceptó el resultado de las urnas en 1997, mucho menos el de la moción de censura, porque la táctica de acoso y derribo contra Núñez no se detuvo ante ningún resultado democrático. Luego llegarían las denuncias contra el plan ‘Barca 2000’ y cualquier otro tema que admitiera el más mínimo resquicio para generar crítica. Todo el trabajo de desgaste contra Núñez alcanzó la recompensa anhelada y el presidente, harto de un ambiente enrarecido interesadamente y, según otras versiones, acuciado por sus problemas con Hacienda, presentó su dimisión en el año 2000.
Una vez conseguido el objetivo de eliminar a Núñez del paisaje blaugrana, Laporta acudió a las primeras elecciones del postnuñismo (junio de 2000) enrolado en el equipo de Lluís Bassat, el candidato de consenso que improvisaron las fuerzas vivas de la oposición. Pero ni siquiera la bendición de Johan Cruyff les sirvió para acceder al poder. Bassat perdió ante Joan Gaspart. Una nueva derrota en las urnas.
Laporta deshizo el Elefant Blau y mantuvo ante el trienio negro de Gaspart una actitud sorprendentemente comprensiva y benevolente que contrastó con la ferocidad que había empleado para fiscalizar cualquier decisión de Núñez. El Barça iba de desastre en desastre y pronto se dieron las condiciones adecuadas para que Laporta se aprestara a preparar su asalto al poder. Cuanto peor le iba al Barça mejor le iba a él y a su proyecto de cambio radical. Y un año antes de que Gaspart presentara la dimisión, Laporta ya le había comunicado a Bassat que volaría en solitario y que no iba a conformarse con menos que con la presidencia.
Seis años en las trincheras de la oposición permitieron a Joan Laporta preparar a conciencia su catecismo de cabecera. Bien asesorado por un competente equipo de expertos capitaneados por Xavier Roig, se aprendió disciplinadamente su papel y lo interpretó a las mil maravillas en la contienda electoral repitiendo machaconamente expresiones innovadoras, aunque no originales, como la de su eslogan “Primer el Barça”, copiado de RAC-1, o la del “Círculo virtuoso”, “La primera línea mediática mundial”, “Los mejores años de nuestras vidas”, “Tolerancia cero a la violencia” o “Catalanismo integrador y transversal”. Luego, interpretándose a sí mismo y saltándose el guión, daría celebridad a otras frases como la de “M´estic posant com un bacó!”, “Que n´aprenguin!”, “¡Que no estamos tan mal, hombre!”, “No em toquis!” o “¡Al loro!”, que acabarían calando entre los aficionados.
El 14 de mayo de 2003 Joan Laporta presentaba su candidatura a la presidencia del FC Barcelona en su sede del hotel Majestic. En el discurso de inauguración de campaña hizo un adelanto de su hoja de ruta: “Si volviera a nacer me gustaría ser Guardiola, porque lo más grande es ser catalán, jugar en el Barça, ganar la copa de Europa, cuatro ligas y que te entrene Johan Cruyff”.
Toda una declaración de principios que dejaba al descubierto su parcial e interesado enfoque de la realidad blaugrana. Guardiola ganó seis ligas con el Barcelona como jugador, pero dos de ellas las logró sin Cruyff. En su particular revisión de la historia esas dos ligas no contaban. Le traicionó el subconsciente en su concepto sectario del Barça.
“Nosotros sí somos garantía de cambio seguro”, afirmaba orgulloso en su primera conferencia de prensa como precandidato. El cambio consistiría en apoyar a Ángel Villar en la Federación, abrazarse a Gaspart, ocultar información al socio amparándose en vergonzosas cláusulas de confidencialidad, vender patrimonio, aumentar desproporcionadamente la nómina de empleados con familiares, amigos y conocidos, desmantelar la sección de baloncesto, a la que incluso se le cambiaría el nombre para dejar de llamarse FC Barcelona, relacionar al Barça con Franco, sustraerle a los propietarios del club entradas que eran suyas para ofrecerlas a sus compromisos, recurrir a las comisiones para realizar fichajes, invitar a los viajes a los amigos, ampliar los pases VIP en el palco, faltarle el respeto a las peñas, quedarse en calzoncillos en un aeropuerto, maltratar en plena vía pública a un empleado, enzarzarse en una pelea callejera con un ex empleado, usar jet privado para viajes sin justificar, espiar a sus propios directivos con dinero del club… En eso iba a consistir su cambio.
“En nuestro grupo no figura ninguna persona vinculada a directivas anteriores. Con todo el respeto, no creo que tengan nada que ofrecer (…) Hemos de acabar con el continuismo”. Efectivamente, en aquel grupo no había nadie vinculado a directivas anteriores. Luego, una vez conseguido el poder, no le importó faltar a su palabra incorporando a un vicepresidente de Núñez a su junta por la puerta de atrás. Lo que diferenciaba a Evarist Murtra del resto de gestores del pasado era que éste, al menos, era amigo. Los otros no. Por eso eran indignos de figurar en su junta. La amistad y la pertenencia al club de fans de Carabén eran valores de mucho peso capaces de justificar el incumplimiento de cualquier promesa electoral, porque los amigos estaban por encima de todo, incluso del “Primer el Barça”. Y al final sería el directivo de Núñez quien avaló a Pep Guardiola para dirigir al primer equipo del Barça en la época más gloriosa de Laporta.
“Prometo la democratización del club”. Eso consistiría en mentir a los compromisarios en la asamblea y someterse a la constitución de la entidad, los estatutos, sólo en función de su propio interés. También debe entenderse por democratización del club estigmatizar a quien no pensara como él dentro de la junta hasta obligarle a dimitir por disidente y desleal. O expulsar de la masa social a quien le buscara las cosquillas con argumentos. O decidir por su cuenta y riesgo, y sin informar a nadie, que el club debía convertirse en una ONG que paga en lugar de cobrar por lucir publicidad en la camiseta. La democratización de Laporta se basó en imponer su criterio sin consultar al socio-propietario decisiones trascendentes como la venta de patrimonio o la transformación y ampliación de un Camp Nou que no se llenaba o la creación de un equipo en Miami. Daba la sensación de que la consulta no era necesaria porque Laporta hacía las cosas por el bien del club y él ya sabía lo que el socio necesitaba sin necesidad de preguntárselo. Por ejemplo, fijar la fecha de las elecciones unilateralmente cuando más le convenía a él saltándose el redactado de los estatutos del club. Todo por el bien del socio, como haría cualquier tirano. Ésa era su interpretación de la democracia.
“No buscamos ni una jubilación dorada ni una plataforma de notoriedad: estamos dispuestos a dar por el Barça los mejores años de nuestras vidas”. Y le faltó añadir: “y a cobrárnoslo con entradas si llegamos a una final de la Champions, y a recorrer el mundo estableciendo relaciones con gente importante, montando nuevos negocios, llenando el álbum de fotos gracias al Barça y abriéndonos hueco en el mapa político catalán aún a costa de indisponer al club con medio mundo”. Una de las constantes del presidente Laporta fue precisamente su afán de notoriedad, su fijación por relacionarse con personajes influyentes y poderosos y su afición por los aviones y los hoteles.
“Existen fórmulas creativas que no obligarán a vender patrimonio a corto plazo”, manifestaba en mayo de 2003. La primera fórmula que se le ocurrió fue aumentar la cuota de los abonados un 40%. Y la creatividad de la medida no debió ser tan feliz cuando luego tuvo que vender parte de ese patrimonio que prometió conservar. Y eso que Alfons Godall, que iba entonces de hombre fuerte y responsable del área económica, aseguraba en ese mismo acto de presentación de la candidatura que “queremos conseguir un nuevo impulso sin vender ni un metro cuadrado de patrimonio”. El impulso daba para muy poco si no se ponía a la venta el patrimonio heredado en Can Rigalt.
Decía el 18 de mayo de 2003: “No ficharemos jugadores muy caros para tenerlos en el banquillo”. En ese momento no podía imaginar que un día un tal Maxi López llegaría a su Barça por una cantidad similar a la que el club sacó por una estrella de prestigio mundial como Riquelme. En lo que sí acertó es en que Maxi López no estuvo mucho en el banquillo. Pasó más tiempo viendo los partidos directamente en la grada o desde casa. En ese momento tampoco podía sospechar que pasados los años llegaría al club un jugador como Thuram para vegetar en el banquillo cobrando una ficha de 9 millones de euros anuales. Total: 18 millones de la época a cambio de cero títulos y nulo rendimiento. Un plan de jubilación en toda regla. Laporta pondría luego de moda la adquisición de futbolistas caros (Martín Cáceres, Hleb, Henrique, Keirrison o Chygryinskiy) para cederlos de forma inmediata. Así no habría que tenerlos en el banquillo y podría cumplir su promesa.
“Sólo se ficharán jugadores que marquen las diferencias, porque la cantera será la base del equipo”. Efectivamente, la cantera heredada en la “pesada mochila” fue la base del equipo y salvo las operaciones de Ronaldinho, Deco y Márquez, negociadas por Rosell, y la incorporación de Eto´o, capricho personal de Laporta gestionado por el dimitido Faus, los Albertini, Maxi López, Sylvinho, Van Bommel, Ezquerro, Gudjhonsen, Thuram, Zambrotta, Cáceres, Hleb y compañía poca diferencia marcaron. Además de Messi, a quien Rijkaard ya se encontró listo para debutar, sólo Bojan, y luego, con Guardiola, Busquets y Pedro dieron el salto al primer equipo de forma estable durante el laportismo mientras el rendimiento y los resultados de los equipos inferiores se fue deteriorando de forma penosa con el paso del tiempo.
En esa época Joan Laporta mostraba su preocupación ante la posibilidad de que el club perdiera su “independencia financiera, política y mediática” si era elegido presidente un candidato que no fuera él. La independencia financiera quedó con él en manos de La Caixa y los ocho bancos que le firmaron el crédito sindicado. La independencia política pasó por alinear al club dentro de las coordenadas del pensamiento nacionalista sin atender a la realidad de que muchos socios del Barça no comparten esa ideología; sin ir más lejos, el club se manifestó públicamente a favor de l´Estatut a pesar de que varias fuerzas políticas catalanas, entre ellas ERC, eran contrarias a su redactado. Finalmente, la independencia mediática se consiguió a base de contribuir al silenciamiento de quien no le quiso reír las gracias y a pactar premios –promociones, entradas de los socios para finales europeas, etc.- para los medios que sí estaban dispuestos ovacionarle. Cuesta entender un Barça independiente mediáticamente después de vender a Mediapro su alma (los derechos televisivos) por una cantidad millonaria sin exigir a cambio algo tan simple como un aval bancario que garantice su cobro.
A un abogado meticuloso como él, que mide sus palabras y, sobre todo, las de los demás, no le importaba en plena campaña electoral lanzar improbables bravuconadas. Lo de improbables es porque no se podían probar. “Si gana Bassat, mandará Florentino”. Lo decía por Miquel Roca i Junyent y Salvador Alemany, que viajaban en el barco del publicista. Luego Roca trabajó para él con nula fortuna en el tema de la fecha de los comicios de 2006 y a Bassat no se le ocurrió relacionar ese compromiso profesional con el Real Madrid. Aquel Laporta candidato no se mostraba ya despiadado como en su etapa de opositor, pero era capaz de decir lo que hiciera falta con tal de sumar puntos en la escasa intención de voto que se le presumía cuando se inició la carrera electoral: “No queremos que el Barça esté dirigido por los intereses del presidente del Madrid a través de sociedades interpuestas (…) Bassat vincula el Barça a intereses financieros y políticos y los socios perderán el control de las decisiones del club”. Un mensaje catastrofista recurriendo al miedo que igual servía para Núñez que para Bassat seis años después o luego para Oriol Giralt y Sandro Rosell. Nada se podía probar, pero funcionaba. Calumnia, que algo queda. Y cualquiera diría que con él el socio tuvo algún peso en las decisiones del club. Por no tener, no tuvo ni las entradas que le correspondían para las finales de París y Roma. Además, ese estilo agresivo, que luego tan poco le gustaría en boca de otros y referido a su persona, le garantizaba espacio en las portadas de los diarios. Ese era su talante, el que le llevó a anunciar poco menos que el fin del mundo porque estaba convencido de que un día Núñez convertiría al Barça en sociedad anónima. Ninguna base sólida para justificar su versión, pero el tema era populista. Eso era lo importante.
El exceso verbal del candidato Laporta contra Bassat y su cuestionada independencia financiera obligó a La Caixa a salir al paso con una nota pública que desmentía sus acusaciones poniendo a salvo su imagen de los ataques. Luego, el ahora presidente, como tenía pensado hacer Bassat, se lanzó en brazos de La Caixa para hacer frente al endeudamiento del club.
El 27 de mayo de 2003 decía: “Queremos que el Barça vuelva a colaborar con los clubs catalanes y que no se dedique a perjudicarlos”. Laporta se dedicó a montar escuelas de fútbol por todo el planeta con el sello y el dinero de los socios del FC Barcelona, sin preocuparse lo más mínimo por los problemas de los clubes catalanes.
El 29 de mayo de 2003, en plena campaña electoral, Laporta explicaba en La Vanguardia con pelos y señales cómo cortar la hemorragia económica en un sólo año a través de un rediseño del ingreso en el que no aparecía por ningún lado un aumento de las cuotas. En cambio hablaba de más entradas por publicidad en la camiseta (12 millones), nuevos patrocinadores (7), derechos de TV (19), alquiler de instalaciones (3), telefonía móvil (4), otros (3). A la hora de la verdad no hubo más milagro que el que salió del bolsillo de los socios, a quienes se les aplicó un aumento del 40% en los abonos.
Y Josep Maria Bartomeu, el responsable de las secciones, presentaba a la prensa durante la campaña electoral un proyecto racional para los otros deportes profesionales que pasaba por la continuidad de los técnicos de las tres secciones más importantes: Pesic, Rivera y Figueroa. Al segundo año habían desaparecido Bartomeu y los tres entrenadores. Otra prueba de que la unanimidad se obtuvo siempre a partir de los caprichos del presidente.
Uno de los objetivos marcados era “recuperar valores como la honestidad, que en los últimos tiempos ha ido a la baja, pero que nosotros tendremos presente en todas nuestras acciones”. Y así lanzaba sus dudas contra la honorabilidad de los anteriores gestores. Cuando tuvo la oportunidad de demostrar la falta de honradez de Núñez, Gaspart y sus directivas no fue capaz de hacerlo. O no quiso. Lo suyo era tirar la piedra y esconder la mano, dejar caer la sombra de la sospecha y que la gente piense lo que quiera.
La nueva honestidad que había llegado al club se manifestó de muy diversas maneras. Por ejemplo, cuando sonaba el arco del aeropuerto. Por ejemplo, cuando se mentía conscientemente a la asamblea. Por ejemplo, cuando se invitaba a dimitir a quien desafiaba al presidente opinando lo que no debía. Por ejemplo, cuando se invertía tiempo y dinero en la negociación de un sponsor fantasma y luego no se le daban al socio las explicaciones que merecía. Por ejemplo, cuando se ampliaba la nómina de empleados del club con familiares, amigos, conocidos y hasta novias. Por ejemplo, cuando se anteponían “pesebres” glamourosos a compromisos deportivos del club. Por ejemplo, cuando se desplazaban con el primer equipo directivos que nada tenían que ver con él, como sucedió con Albert Perrín, o cuando amigos y socios del presidente viajaban con el Barça con tratamiento de directivos. O cuando el presidente se iba a Oriente Medio con su suegro y su cuñado haciéndoles pasar por directivos del Barça. O cuando se llenaba el palco de amigotes sin mayor virtud que conocerle a él. O cuando un puñado de niños de papá “afortunados” aprovechaban para pasarlo en grande jugando bajo los focos del mismísimo Camp Nou una vez acabados los partidos del Barça. O cuando el presidente intentaba ejercer de intermediario valiéndose de los contactos establecidos como presidente del Barça para vender el Mallorca a un grupo uzbeko reportando la operación más de cuatro millones de euros netos como comisión para su bufete. O cuando el director general decidía que había que espiar a cuatro vicepresidentes. O cuando se blindaba al amigo director general con 852.000 euros por menos de dos años de trabajo… Ese era el nuevo concepto de honestidad que acabaría imponiéndose en los despachos del club.
Más promesas: “Acabaré con las prebendas y los privilegios que han disfrutado directivas anteriores, como en el caso del reparto de entradas para los grandes acontecimientos y que han perjudicado a otros colectivos, como las peñas”. Esta es una cita especialmente sangrante. “Acabaré con las prebendas”. El impulsivo y prometedor Laporta volvió a fallar en la primera oportunidad que se le presentó de cumplir su promesa. La final de París, por ejemplo, en 2006. Luego pediría perdón admitiendo que se había equivocado. Pero cuando se acusa a los demás de disfrutar de privilegios y se jura que “acabaré con las prebendas” o “acabaré con el directivo del puro y las entradas”, hay que cumplir, no se puede esconder uno detrás del “lamento lo ocurrido” y “no volverá a pasar” poniendo cara de niño bueno que nunca ha roto un plato. No se puede ir por la vida prometiendo lo que no se puede, no se sabe o no se quiere cumplir. Eso se le puede pasar por alto a quien antes no ha hecho uso de este argumento para minar la credibilidad de los demás y, de paso, autopromocionarse. Pero quien ha utilizado la tesis de “las prebendas” con las entradas para erosionar la imagen de otros, tiene que ir con pies de plomo y hay que exigirle coherencia con su discurso y que cumpla. No tenía excusa para equivocarse. El desconocimiento, en este caso, no era eximente. Él sabía perfectamente lo que hacía cuando decidió la distribución de las entradas de la final de la Champions League y no ignoraba que muchos socios iban a quedarse en tierra para que sus amigos o los amigos de sus amigos pudieran disfrutar del “privilegio” y la “prebenda” de estar en París gracias al nuevo estilo y el nuevo concepto de honestidad imperante en el club. También sabía que estaba engañando a los socios que aguardaban en las colas del RACC durmiendo al raso, a los que se les aseguró un número de entradas que luego fue falso. Si cuando los de antes hacían uso de las prebendas había que denunciarlo, en este caso no había que contemplar con mayor tolerancia a los denunciantes del pasado si hacían uso de las malditas “prebendas” y no le daban explicaciones al socio. Pasar por alto tales desmanes suponía caer en la autocomplacencia que tan flaco favor le hizo al club durante el mandato de Joan Laporta.
”Los directivos renunciaremos a entradas en favor de las peñas (…) A veces el buen nombre del Barcelona se ha visto involucrado en situaciones poco claras con el reparto de entradas, como pasó en la final de la Champions que se jugó en el Camp Nou, por eso tengo que decir que cuando seamos directivos vamos a renunciar a muchas de nuestras prebendas en favor de las peñas, para que tengan más entradas. Este es un objetivo que nos hemos marcado para asegurar la regeneración ética del Barcelona”. No se puede mentir más empleando menos palabras. Si la regeneración ética era esta, mejor volver a las prebendas de antes, cuando los directivos viajaban a Wembley en 1992 con 5 entradas. Los que venían a regenerar éticamente al Barça dieron lecciones magistrales de cómo puede usarse el club en beneficio propio parapetados detrás de mensajes solidarios que poca relación guardaban con sus actos.
Decía Laporta por esas fechas que había desarrollado “un programa de accesibilidad al estadio con el objeto de facilitar la movilidad de la gente mayor y derribar barreras arquitectónicas”. Y en un anuncio electoral podía leerse: “Facilitaremos la accesibilidad y resolveremos el aparcamiento después de un concurso de ideas con los mejores arquitectos y diseñadores. Modernizaremos los servicios a fondo, con guardería para facilitar que las parejas jóvenes vengan al campo, restaurantes con estilos de cocina variados y otras instalaciones que generen más recursos del turismo”. Siete años después, cuando acabó su mandato, no había ni rastro del maravilloso programa que estaba “desarrollando” para facilitar la accesibilidad, no se supo nada del concurso de ideas para resolver el problema del aparcamiento ni de los restaurantes para los turistas...
“Sorin quizá tendría futuro en el Barça como cantante”, aseguraba irónicamente el candidato Laporta. Una excelente manera de rentabilizar el patrimonio de la plantilla. No es extraño que luego el laportismo tuviera tantísimas dificultades para vender jugadores (no confundir con patrimonio). ¿Quién le compraría luego al Barça un cantante a precio de lateral? Tres años después, el “cantante”, ya despedido del Barça, fue el capitán de la selección argentina en el Mundial de Alemania al que, por cierto, Maxi López, un fichaje “excelente” de Laporta, no acudió ni como corista.
El 6 de junio de 2003 el candidato Laporta anunciaba el fichaje de Reçber Rustu, considerado como “excelente” en su escala de valores. Las “excelencias” del portero turco no merecen mayor comentario, aunque resulte curioso también que se contratara a un jugador sin tener atado al entrenador. Todo un ejemplo de coherencia. Quizá Guus Hiddink, el favorito de Laporta –y de Johan Cruyff-, diera su visto bueno a la compra de Rustu. Sin embargo, a la hora de la verdad una ridícula oferta económica obligó a Hiddink a darle la espalda a ese maravilloso proyecto ante el que, según el presidente, todos quedaban maravillados. Luego Laporta afirmaría a los cuatro vientos, faltando a la verdad, que Rijkaard siempre fue su primera opción, negando así la infructuosa entrevista que Rosell y Txiki mantuvieron con Hiddink en el hotel Carlton de Cannes.
A propósito del fichaje de Rustu, decía Laporta en La Vanguardia: “No jugaremos con el dinero del Barça (…) Calculamos que en unos seis meses podrá jugar como comunitario”. Pues sí, jugaron con el dinero del Barça y nos vendieron gato por liebre, excelente por nefasto si hay que juzgarlo por su pésimo rendimiento y no por el apodo presidencial. Por supuesto que en seis meses no jugó como comunitario, mientras su paisano Nihat lo lograba sin problemas en la Real Sociedad. Posiblemente se debiera a que el eficiente Alejandro Echevarría no ejercía todavía a pleno rendimiento por esas fechas. Sin embargo, los servicios jurídicos del club quedaron con este caso, como en tantos otros, retratados por su ineficacia.
El 6 de enero de 2004, en El Periódico, Laporta daba una muestra más de su coherencia: “Rustu me parece un portero extraordinario y tiene todo nuestro apoyo”. Apenas cinco meses después fue despedido del Camp Nou y enviado al Fenerbahçe, su club de origen, en calidad de cedido. Ni siquiera las buenas palabras sirvieron para vender bien el producto. Con Rustu también demostró esta directiva que no supo encontrar compradores para las “joyas” inservibles de su plantilla.
Mañana, capítulo II:
El socio no ejerce de propietario / El socio no elige a sus administradores / Un Consell de Notables inútil / Nulo conocimiento del basket / Basaba su fuerza en la cohesión del grupo / Justificando al Elefant Blau / Él no hace trampas / Auditoría a fondo / Familia poco culé / El sabor de la venganza / “M´estic posant com un bacó” / Restaurantes sólo para vips
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